Blogia
sacanueces

narración

XX321 SOFOCADO

XX321 SOFOCADO

 

             “este decir que tengo atravesado…”

                             sacanueces

 

 

se ahogaba

metió la mano en su boca

y sacó un zapato taco alto

y una cartera

hurgó porque se ahogaba

-el aire no entra- se decía

y siguió hurgando

y sacó una pollera y un can can

y un corpiño colorado

y un lápiz de rouge

se moría, cuenta se daba

aparte se sentía sofocado

y metió la mano hasta el fondo de su garganta

y sacó una tanga y rimel y un espejo

un monedero, o. b.

sacó un celular que justo se cortaba

ya morado, al borde del desmayo

hundió más la mano tanteando

y alcanzó a agarrar algo parecido a un pezón…

¡y tiró!

y ahí se arrancó la mujer que lo mataba

 

   era hermosa, estaba desnuda

le sonrió

-¿qué haces ahí?- preguntó él intrigado

ella, agarrándose el pecho que le dolía

y con la otra mano tratando de tapar su desnudez,

mirando hacia abajo, con vergüenza

dijo: -estaba escondida-

y sin levantar la vista que había clavado en el piso

con una voz muy suave agregó: -tenía miedo-

él, confuso, trataba de recordar cuando se le había metido

dedujo que había sido la noche anterior

cuando de tristeza y soledad se emborrachó en el bodegón del macario

 

   al levantarle el rostro y mirarla a los ojos

sintió que se perdía en el azul del cielo

el cielo de sus ojos azules, digo

ella estaba toda despeinada

y sucia con vino y restos de una picada

olía bastante mal

sonriendo, superando el asco porque asco le daba

él, le tomó sus manos, como se las toma a la de un niño

con dulzura, con delicadeza

y sin romper el puente con que se unían sus ojos

suavemente le dijo: -vení, no tengas miedo-

fue con él como acompañando una estrella

   las soledades se diluyeron desde entonces

 

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

XX310 CANCIÓN

XX310 CANCIÓN

    

                                                                      a: m. f.

 

 

 

   cuándo llegas a Gotana, pasando la Sabana, y la tribu Hutzi,

cuando haya mermado la estación de lluvias y el río del cocodrilo gris estuviese bajo y ha pasado ya la migración de los Ñu, pasas las chozas y ahí debes descubrir el sendero que te lleva a Ella

   es sabido que el alma te lo indica

   de los múltiples que hay, dicen, sólo uno te lleva, por los otros nunca regresarás; de hecho que muy pocos han regresado, solamente los que pudieron encontrarla

   de ellos, los que volvieron, ninguno regresó igual, las vida les había cambiado completamente

   nadie pudo precisar cuanto tiempo les llevó encontrarla, uno dijo que ahí nomás; otro, en cambio, dijo que le llevó días y días, que paso tormentas tremendas, lucho con animales salvajes, tuvo sueños alucinantes; otro más, quizás exagerando, que tuvo que sobrevivir a más de cuatro estaciones sin incluir, lo que él creyó que fueron, dos veces la misma primavera, todo en la más absoluta soledad… ni un pájaro con quien hablar

   comentario sobre el tiempo de regreso nadie hizo

   para los habitantes de las chozas todo les es común, el arribo de muchísimas personas en la búsqueda, los que nunca regresan y los escasos que si, que lo logran, que la encuentran… los efímeros que cambiaron

   para ellos verla es cosa cotidiana, es parte de sus vida, casi te diría la esencia; cuando nace un niño, cuando de mozo se pasa a hombre, cuando se muere o se está enfermo, cuando alguien se pierde o adolece algún mal de amor, cuando se enamoran profundamente, cuando alguien se equivoca y enfila mal el rumbo, cuando el alma de los habitantes de las chozas lo requiere en definitiva

   ves, para ellos es cotidiano verle, siempre necesitan una Canción, sin ella no existirían

   en las chozas el tiempo se siente distinto, hasta con belleza, diría; la edad y su estado no es un castigo, es casi una virtud: el anciano aprende del mozuelo, la mujer del niño, el hombre de la mujer, los adolescentes de todos y todos de ellos y al revés también

   aprenden a vivir, a gozar de la vida, porque cada uno sabe su Canción y todos cantan, la vida plena se hace canto, Canción

   por eso hay tanta gente tratando de encontrarla, porque dicen que la Canción te cambia la vida, le da sentido y abre los ojos del alma

   en las chozas hay vida viva, no sé si hay un solo canto o miles

   cuando llegas a Gotana la vida fluye, sólo lo puedes entender después de haber estado con Ella y te haya dado tu Canción

   cuando llegas a Gotana el silencio parece absoluto

   perdón, Ella es, mf, el espíritu sagrado, quien compone cada Canción, quien entiende la mirada de tu alma y la hace brillar

 

 

 

T692 CUANDO PUEDA

 

   Cuando pueda, con cinco pesos me corto el pelo, consiguiéndolos, claro.

Y también cuando pueda, si tengo otros pesos, la llevo al cine. Ahí nos sentamos con las manos llenas de golosinas y los pies colgando en la silla delantera. Cuando pueda, cuando pueda. Y además, después, la llevo y le compro esa muñeca rosa que tanto le gustaba y las sandalias y un pantalón. Y después directo al zoológico y a los autitos chocadores y a la montaña rusa, todo eso que alguna vez me contaron, y también le compraré un copo gigante de azúcar blanca y dos bolsas de maní y pipocas; cuando pueda, cuando pueda.

   Ahora caminemos, falta poco. La noche se nos viene encima y las estrellas nos verán ir descalzos sobre esta huella en la tierra desnuda y desahuciada , pero cuando pueda, ahí nomás, la llevo a la ciudad y comemos un helado grande, de esos con muchas bochas y nos damos unas vueltas en colectivo, hasta cansarnos y después, después subimos a esos edificios grandes, esos enormes y altos… muchas veces. Le va ha gustar, le va ha gustar.

   Y ahora la llevo upa mi niña, la fiebre abraza con fuerza a sus ojitos, falta poco, poco. La víbora no era tan grande, carajo no me afloje ahora.

   Se me está enfriando mi niña ¿qué pasa con sus ojitos que le han quedado fijos mirando las estrellas? ¡Pucha que me aflojó la niña!

   La dejo acá m’hija, entre las piedras, bajo esta lágrima de luna para que le cuide los sueñitos. Cuando pueda, cuando pueda, juro que vengo y la entierro como a un ángelito.

T487 MEDIA MUERTE, MÁS MEDIA MUERTE

T487 MEDIA MUERTE, MÁS MEDIA MUERTE

La mitad de la muerte estaba en su ojo, era un asesino perfecto franco tirador. La otra mitad en la punta de la bala; cerámica de alta resistencia y profunda penetración.

Tomó aire, lo contuvo. Apuntó lentamente. La víctima ignoraba…y disparó.

La muerte por fin se junta, se hizo una.

Al estallar el fusil, la bala le entró por el ojo.

T388 TODOS Y TODAS

T388 TODOS Y TODAS

 

En el monte debajo de un árbol de siesta,

Juan halló su muerte.

 

Todas y todos fueron al velorio

y bajo la sombra lo cubrieron de negro.

No iban a llorarlo, no lo conocían,

fueron por la comida.

 

Todos y todas;

moscardones y moscas.

T258 DESICIÓN

T258 DESICIÓN

 

   En el Chaco, donde la temperatura aplasta y destruye, donde la ignorancia y la rudeza se pelean por ser lo más, donde todo ha sido excedido, donde solo sobreviven los rústicos, los duros; dicen, que en el calor calcinante, con veloces pasos rompió la monotonía de la siesta.

   Irrumpió en el rancho decidido, directo a la cuna fue. Machete en mano..., uno, dos, tres y de un certero tajo separó  cuerpo y cabeza, tiñendo de rojo manta y almohada.

   El niño no se dio cuenta, dormía en paz.

   Con las lagrimas al borde de los ojos y una sonrisa casi dibujada, mientras lo miraba, lloró.

   Entre tanto, sobre el piso frío yacía retorciéndose una víbora yarará decapitada.

 

 

X108 COSAS DE CHICOS(cuento breve)

X108 COSAS DE CHICOS(cuento breve)

 

 

 

   la siesta hace esfuerzos para escapar del calor, la sequedad oprime, si algo de brisa corre, levanta polvo y hojas sucias con tierra muerta

   desolador el páramo, escasa la sombra del árbol seco, no muy lejos, en una tensa línea algo como vapor , enturbia, vibra verticalmente… es calor que sube del asfalto, de la ruta que parece arder; rara vez pasa alguien

   dos niñas apoyadas en el tronco muerto del árbol sueltan palabras; de tanto en tanto miran a la distancia entre palabra y palabra; frases lentas, lentas las respuestas también

   ahí el tiempo casi no pasa, siquiera a diez años llegan y ya ven el destino como un siempre igual –calor, más calor, más calor – y eso que ellas no saben nombrar pero la viven a pura fuerza de la misma vida, miseria, digo, pobreza y miseria

   sin quitar la vista de allá a lo lejos una pregunta: - ¿sos de acá? –

-sí –

 -no te había visto – la pausa se presenta ineludiblemente hasta prolongarse y perderse en un suspiro

 -tampoco yo – le responde y el silencio se sienta entre una y otra, el calor aprieta un poco más

 -¿donde estás? -

 -acá, no ves –

 -ah, bueno – le dice mirándola con cierto asombro; la siesta sigue siendo prisionera del sol, este la abofetea sin clemencia; luego de la pausa agobiante vuelve a preguntar: -¿tu papá te pega? – y un silencio duro se entremezcla

 -no – seco y escueto el no

 -a mi sí - y con urgencia muestra unas marcas en la cara y sigue diciendo: -mira, mira – y agrega: -ésta fue contra la pared-, señalándose la cicatriz que tiene en la ceja, -y esta contra la mesa –levantando la pera donde la luce

 -¿te portas mal?

 -no –contesta apurada, -es que a veces viene borracho y nos pega; por ahí mi mamá también lo hace –y acto seguido deja al desnudo la espalda donde largas marcas están profundamente impresas

 -¡uy! ¡eso debe doler! -

 -sí, pero ahora ya no siento nada –

 -¿siempre te pegan? –pregunta con marcada curiosidad

 -no, por ahí, no siempre –

 -¿y por qué te quedas? ¡andate! – le dice con cierta rabia o principio de furia

 -no se… qué se yo… ¿a dónde me voy a ir?... …los quiero – dice entrecortadamente y tomando aire, aire del más caliente, vuelve a preguntar con cierto tino de desconfianza: -¿y… seguro que no te pegan?

 -no –

 -¿no qué…? –

 -¿qué no me pegan! –replica con cierto fastidio, llevando nuevamente la mirada a lo muy lejos, más allá de lo que uno cree

 -¿ni tu mamá?-insiste como queriendo por fin descubrir una verdad, no puede ser que a un niño no se le pegue, pareciera pensar en la insistencia

 -no – y el silencio caluroso lo invade todo, tan duro que parece un golpe de piedra

 -¡qué buenos son! – lo dice con un hermoso brillo en los ojos

 -no, no son buenos – lo dice balbuceando, en una voz apenas perceptible

 -¿cómo que no?… ¡si no te pegan! – fastidiada le responde, casi reprochándoselo, justo en el momento en que un remolino les blanquea la cara con el polvo caliente de la tierra

 -no tengo – y una lágrima corta le cae lentamente dibujando sobre el polvo de la mejilla su contorno bien redondo hasta caer casi evaporada, quizás llena de envidia

 -ah – y rompiendo su sin palabras le pasa su brazo por encima de los hombros y quedan mirando sin ver, el páramo, el calor, la polvareda, la sequedad, y ese destino que aún no alcanzan a imaginar, con un tremendo silencio increbrantable

   todo sigue igual, pero más punzante, en esa siesta junto al árbol donde se esfuerza la vida

 

XX266 CHEQUE

XX266 CHEQUE

 

   con esa intensión de quitarle los clavos al cristo; de desviar la bomba de Hiroshima , de parar holocaustos, armenios, judíos; de parar el éxodo de los Quilmes , el de los jujeños.

   con esa intensión de parar el hambre, la pobreza, las plagas, las pestes; de aplacar los sunami, las crecidas de los ríos, maremotos, volcanes, aludes; que no haya desaparecidos en mi tierra y en ninguna,; que la equidad sea lo que prevalezca en el mundo y la paz y el amor sean las banderas de los hombres…

 

   con esas intensiones creí que conseguiría un edificio en las tierras del más allá; lugar de privilegio en la corte de los señores, a un dedo de aquél dios  que tanto veneramos. creí que tenía asegurado por lo menos un campo enorme en el reino de los cielos. creí que la intensión era un cheque al portador, ¡un pasaje directo al paraíso eterno!

 

   ¡más no!, al llegar, ni bien me atendieron, casi sin mirarme, me pusieron en la fila de los que devuelven a la tierra… y me dejaron bien en claro: que con ese cheque sólo me alcanzaría para ser político disfrazado…

   y acá estoy, esperando y rogando que no me toque con los del partido de turno, tienen muchísimos más cheques que yo… y un cajón de los mismos devueltos por falta de fondos…

XX271 DOMINGO “CARAJO” CONTRERAS

XX271 DOMINGO  “CARAJO” CONTRERAS

   maltrecho, casi llevado en andas, por oficiales de la penitenciaría, y un poco arrastrado también, Domingo “Carajo” Contreras, con más hoyos en el cuerpo que nadie, salía del despacho del director del ente gubernamental: “DEFENSA DEL CONSUMIDOR”, donde acababa de asentar su cuarta denuncia, por la muy mala calidad de muerte que el estado le había estado otorgando, muerte que nunca llegaba  a su entero fin… siempre con fallas por su pésima hechura.

   Domingo “Carajo” Contreras, de profesión malevo, rústico y de palabra, juró por lo que le restaba de vida, que si en la próxima muerte que el estado le fuera a dar, fallara, él… él, solamente él, vendría a pasar a degüello a todos los de esta maldita oficina que nunca hacía nada por defender sus derecho a una muerte segura y honesta.

   dicen que Domingo murió, en realidad, como en el octavo intento de fusilamiento, todos están convencidos que por su cansancio y no por la calidad del producto que le daban, es decir una buena muerte. murió vociferando contra la industria nacional y esa puta oficina que sólo engrosa la burocracia y no sirve para nada.

   el estado, en definitiva, se vio obligado a suspender la pena de muerte, aduciendo razones humanitarias, pero todos saben, y bien que lo saben, que era por la muy mala calidad de muerte que brindaba

T 912 Que me estoy haciendo sombra

T 912 Que me estoy haciendo sombra

 tan chicos/ con treinta años empujando la vida/ a pura noche/ pinceles y prosas/ que la garganta se nos hacía miel/queríamos construir destinos/quizás planchar historias/creyendo en la utopía/con la foto del che impresa en la piel/¡cómo empujábamos, carajo!/¡ay, que nos dolían los labios

de tanto besar vasos!

   tan chicos/pechando estrellas hasta juntarlas al filo del firmamento/ con piedras creíamos hacer escaleras que llegaban hasta el cielo/se nos caían/ se nos caían encima/ aplastándonos los sueños/y volvíamos a empezar una y otra vez

   hoy/ ya estamos jugados/ el destino se ensañó/ nos castigó/ pero nos dejó un fusil de palabras enterrado en el pecho/ con las que sobrevivimos

   ¡qué lo parió…

                               qué nos estamos haciendo sombra…

                                                                                                 y con el fusil descargado!   

CRÓNICA DE UNA SILLA

CRÓNICA DE UNA SILLA

Desde la cama ya la veía hermosa a la silla, no por ella, que si bien lo era, creo que cómoda y quizás linda también. Era de esas comunes de madera, la de los bailes en club de barrio, esas de tablita, las que se plegaban como tijeras. -Más allá de eso, la veía hermosa ¡porque ahí se sentaba! -.

   Casi te diría que empezó a vivir, a tomar hermosura, desde la primera vez que   le asentó sus posaderas. Ese día, recuerdo, adquirió hasta un brillo especial.  

  Era de madera común, color madera sucia, madera vieja; pero eso no es lo importante, lo que si: -el brillo que tomó la silla desde la primera vez que se sentó -.

   Como te decía, desde la cama la veía hermosa. Y como no serlo; si me levantaba, preparaba unos mates, corría la silla, la acomodaba, me sentaba sobre mi cajón del otro lado de la mesa, frente a la silla, para desayunarme y ahí no más, como si lo supiera desde antaño, golpeaba la puerta. Carla, como siempre Carla. -¡Seguro que es ella!- pensaba yo, y   le gritaba con cierta emoción: -¡pasa que esta abierto!-. Entraba como habitualmente lo hacía, sin decir palabra me besaba la frente y en la silla se sentaba. Así, el ritual del desayuno daba comienzo.

   La silla brillaba como sus ojos pardos bajo el flequillo. El cuartucho con tanto brillo se convertía en un palacio inmensamente iluminado.

   Así comenzó la historia de esa silla.

                                                                          (II)

   No sé qué pasó, quizás la monotonía, el acostumbrarse, el volverse matrimonio gastado o el encallecimiento de los afectos, los mates muy lavados, feos, no sé..., pero te aclaro: nunca nos casamos, ni tampoco tuvimos algún tipo de relación, digo de esas, ni de las cuerpo a cuerpo, ni nada por el estilo, que no fuese eso, el ritual; aquella ceremonia digna de los más exquisitos Faraones, de los más fabulosos Reyes, la de desayunarse con mate de a dos.

   No sé qué pasó te decía, por lo que sea,   un día no vino... no golpeó la puerta. Ése, el primero, me lo acuerdo como nunca. ¡Cómo olvidarlo!, si el corazón al paso de los minutos, en el comienzo del parto, el de esa enorme espera, me latía a tres mil pulsaciones por segundos, al punto que ya al medio día me metí en al cama por lo mal que me sentía. Y no golpeó.

   Ya en la cama, juré no levantarme hasta que no golpeara, que iba a imaginar... y me quedé así nomás, acostado.

   Al cuarto día mi estómago rechinaba de hambre, las tripas eran un concierto mal realizado.   Ahí, aprovechando que alguien golpeó, me levante apurado, arreglé un poco, calenté algo de agua y como dejando todo listo para la ceremonia grite lo clásico: -¡pasá, está abierto!-. No sé, para mi grité fuerte, pero a lo mejor por la debilidad no sonó demasiado. Como dudé si había escuchado me fui hasta la puerta. Convengamos que había pasado algún tiempo desde que alguien golpeó hasta que abrí; con todo lo que arreglé, calenté el agua y demás, no?. Abrí te dije, pero nadie había. Mire como si fuera una broma, para todos lados, e hice el amague de cerrar la puerta varias veces como amenazando que si no aparecían la cerraba nomás y no habría ceremonia, pero nada, nadie apareció. Al rato advertí encajado debajo de la puerta el papel de todos los meses, el de los gastos comunes. Obviamente el alguien que golpeó.

   La silla durante ese tiempo volvió a tomar el antiguo brillo, el más furioso de los brillos. Debo confesarte que en esos días de cama, a la silla la fui viendo perder su hermosura ante el insistente silencio de la puerta, y juntamente el brillo se fue opacando hasta casi desaparecer.

                                                                         (III)

   La puerta se calló definitivamente y ella no regresó, Carla digo.

   Al comienzo la silla, ya opaca y aburrida (había perdido el brillo definitivamente), me molestaba. La cambié de lugar, bueno en realidad cambié todo de lugar.

   No pensaba para nada caer en   estado de total depresión, ni siquiera parcial. Sabía perfectamente que de dejar las cosas como estaban me llevaría a un estado de melancolía, de extrañeza y esos son los primeros canales rumbo a deprimirse. Después queda poco para el suicidio definitivo.

   Corrí el calentador, arrimé la cama más a la puerta, puse la mesa debajo de la ventana con el cajón frente a ambas. A la silla en cuestión, la puse en penitencia en   uno de los ángulos del cuarto.

   Varios días estuve así, pero comencé a sentir la opresión, como que la silla me juzgaba; que se daba vuelta y me miraba con una mirada maliciosa y profunda, judicializada, juzgándome, sentenciándome.

   Y... sí, por ahí en las noches de soledad la espiaba, y crease, quiera o no, la veía brillante, con las nalgas de Carla encima; y también aquellos ojos pardos titilando bajo el flequillo, titilando y brillando como ella y me miraban.

   Muchas veces pensé que Carla había muerto y el fantasma de la Carla era el que me visitaba.

                                                                          (IV)

   Por supuesto, no pude convivir con la silla en aquel rincón. Volví a cambiar las cosas de lugar. La mesa al ángulo opuesto de donde estaba la silla, el calentador sobre ella, ambos cerca de donde estaba la cama; la silla casi al lado la ventana y la cama en medio de la habitación, con la cabecera hacia la silla y la ventana, los pies mirando al puerta. El cajón como de costumbre bajo la mesa, oponiéndose a la pared. En el cuarto, parecía nuevamente que iba a reinar la paz.

   Los dos primeros días, creo que fueron los únicos en que pude dormir toda la noche de este largo y vasto tiempo, digo, desde que no sonó más la puerta; aclaro que no sonó como ella la hacía sonar, ya que algún desubicado pudo haber golpeado en ese tiempo.

   Bueno como te iba diciendo, el tercer día, terrible tercer día, a media noche: una gran luminosidad que proyectaba la sombra de la cama y yo sobre la puerta y un enorme cimbrón me despertó. Vi la puerta abierta convertida en una ancha garganta oscura que me tragaba insensible a mi endemoniado terror, mientras que escuchaba a mis espalda las risotadas, las carcajadas impúdicas de la silla festejándolo.

   Cuando abrí los ojos en medio de un charco de transpiración, vi la puerta que se golpeaba al mismo ritmo que la ventana. Las dos abiertas, seguramente las dejé mal cerradas. Afuera una tormenta eléctrica con fuertes vientos se había desatado. Me costó mucho llegar a la madrugada y saber si era realidad o ficción, tuve mucho miedo esa noche, realmente miedo, de ese que no sabes de qué lado estás.

  Al otro día, repuesto, regresé las cosas a su lugar, digo al lugar que tenían cuando ella golpeaba la puerta y nos ceremoniabamos.

   Te cuento que fueron muchas más veces de las que te conté y puedas imaginar, las que cambié los muebles de lugar. Qué más da... ¿verdad?

   En algunas oportunidades, a pesar de la conciencia y luchar contra ella, la depresión se me trepaba por las costillas y me apretaba el alma, la extrañaba.

                                                                          (V)

   Después, todo como antes, pero desde la cama ya no la veía hermosa. Aunque en algunos momentos, sí, o me lo inventaba.

   Y eso me comenzó a preocupar, por lo que resolví traer otras sillas, quizás con ello no me abocaría a pensar tanto en esa, en la que se sentaba. Claro, siendo la única, es como inevitable y que al pensar en una, pensaba en al otra y viceversa, digo: silla - Carla, Carla - silla, indistintamente. Y no estaba dispuesto a sufrir ni a bajonearme, como ya te había dicho,   por ninguna. Así lo hice, entre varios vecinos conseguí tres sillas que traje al cuartucho. -Claro, ni te imagines, no eran ni parecidas a ella-; quizás objetivamente fueran muy superiores o no, pero desde que las traje, ella siempre resaltaba; realmente comenzó a sobresalir mucho más, a remarcarse, que hasta con cierto temor, lo digo: empezó o empecé a verle aquel brillo, el de la antigua ceremonia.

   -¡Qué lo parió!-, me trajo de nuevo la ansiedad a la crudeza de mi piel, la de esperar el golpe en la puerta.

   Un día, en medio de la ensoñación me levanté y a los gritos de: -¡no,no,no!- en un ataque de desesperación mayúscula, agarré las cuatro sillas y la tiré por la ventana, sin darme cuenta que también iba el cajón. No sé dónde fueron a parar, a la calle no, ya que el departamento era interno y tampoco me preocupé en fijar.

   El cuarto comenzó a ser otro; claro, de casualidad estábamos: la cama, la mesa, el calentador y yo, lo que empezó a notarse, pues se lo veía inmenso. Ahí comencé a vivir lo enorme de la soledad. Tuve que cambiar los hábitos, ya que a la cama se fue convirtiendo indistintamente en cama, cama-silla, cama-cajón, cama-perchero, cama-estante... Es decir que tomó todas las responsabilidades que antes tenían silla y cajón. ¡¡¡Cómo será que hasta en un momento me pareció que intentaba brillar!!! Parece que se la había tomado muy a pecho.

                                                                          (VI)

   Muchas veces por las noches despertaba transpirado por sueños o pesadillas, viendo brillos e iluminación por todo el cuarto, como si la cola de Carla se hubiese estado sentando por todos lados, pero te aseguro que sólo la había apoyado en la silla en cuestión y esa ya era noticia antigua, ni figuraba, quizás en el recuerdo o en la imaginación.

   Esto fue pasando muchas veces, lo que me hacía tomar conciencia de que el tema de Carla y la silla seguía en plena vigencia, es decir que después del último acto de arrojo, digo arrojo por el hecho que arrojé la silla, no había podido solucionar nada. Y peor aún amplié el espectro de preocupación; por lo visto.

   Ya estaba incomodo en el cuarto, ahora era grande y frío, así lo sentía. Vacío de cosas y lleno de ausencia; ya que la ausencia de ella había ocupado todos los rincones del mismo. Además, todo tenue, no había brillos, fuera de los que por ahí me imaginaba.

   Faltaban ya demasiadas cosas, es decir todo. Sin ella, sin la silla, sin el cajón, sin la esperanza, la que también había tirado anteriormente por la ventana junto a la silla y el cajón, me parecía imposible seguir así, sólo.

                                                                           (VII)

   Por casualidad me enteré de que el cajón lo había tomado uno del tercer piso, cosa que me llenó de alegría. A la mañana siguiente fui al departamento en que se hallaba el cajón y después de algunos entredichos y negociaciones, logré comprárselo; quizás lo pagué caro, pero era mi cajón, y eso se paga caro.

   Reconozco que desde que lo traje, en algo cambió el cuarto, como que tomó más vida. A la mesa la vi mucho más contenta. El cajón de hecho demostraba su alegría: la de haber vuelto, y la cama, como era de esperar, se llenó de alivio ya que el cajón le disminuiría mucha de sus responsabilidades. El único que ignoro todo fue el calentador, a él no le iba ni venía nada de aquello que sucedía. Como dije antes, algo cambió, pero no llegaba a alcanzar para sentirme un poquito mejor, la extrañaba, digo, las extrañaba: a Carla y a la silla.

   Fue por culpa de que quise festejar a modo de bienvenida al cajón, que salí a comprar unos criollitos, lujo que se entiende no me puedo dar todos los días. Pero vayamos a lo que te contaba; fue por culpa de eso, porque al regresar como a media cuadra de distancia, abriendo la boca venía y mirando para arriba, cosa que no hago muy a menudo, por lo general, por esas cosas de timidez, siempre miro hacia abajo; pero ésta, venía mirando para arriba, quizás era porque festejaría o no sé, pero así venía.

   Como te dije antes, a media cuadra más o menos vi un brillo que me parecía conocido, lo vi como a la altura de un segundo o primer piso y oh! coincidencia, justo en el edificio donde yo vivía. Esa mitad de cuadra caminé sin poder sacarle los ojos de encima. Realmente me parecía conocido, el brillo digo, pero no le encontraba mucha explicación; cosa que se me aclaró ni bien me acerqué, provenía de una silla y era en el segundo piso, en el balcón del segundo. -¡Sí... era mi silla!-, la reconocí de inmediato, a pesar de verla sólo un pedazo, pero era ella no más.

                                                                          (VIII)

   Sentí algo tan extraño.

   Dejé los criollitos y me dije de festejar todo junto, digo trayendo la silla también.

   Me arreglé un poco para ir hasta ese departamento, calculé que era un "A", porque a la calle solamente dan los A y los B, y si no me confundo, los de la derecha son los A y este balcón era de ese lado, es decir del lado "A", que de no ser, no me importaba mucho, tocaba el otro y listo.

   No eran muchos los pisos; los que fui bajando por las escaleras, además me iba preparando, armando todo lo que le tendría que explicar al que me atendiese en el departamento para que me diera la silla. Y además me preparaba psíquicamente, te imaginas lo que significa volver a juntarme con ella, digo la silla, que también es casi como juntarme con Carla. No es para nada un trance fácil.

   Bajando los dos últimos escalones que desembocaban en el segundo piso, me agarró un miedo tal que quedé paralizado.

   Ya frente a la puerta del departamento "A", mi corazón golpeando con furia el pecho, con fría transpiración en el cuerpo, goteándome la frente y las piernas al borde de temblar como hojas secas sacudidas por el viento. ¡Golpeé!... Y nada. ¡Insistí con más fuerza!... Y nada. Esperé.

                                                                          (IX)

   En las esperas, los silencios son terribles, hacen notar todo multiplicado por mil. El corazón marcaba un permanente ronquido, grueso ronquido diría, de trasfondo; a cada movimiento de pie, cosa que al estar parado sucede inevitablemente, se escuchaba el ruido de la suela contra el piso como si se raspara un barco contra el muelle, claro involuntariamente pero atroz, casi boleaba y aturdía, y ni que hablar de los movimientos de cadera, que en cada uno sonaba el manojo de llaves y sonaban igual que al manojo de campanas de la capilla Sixtina enloquecidas tras la muerte del Papa. Y el roce de las manos y hasta el movimiento de los párpados producían sonidos terribles que escuchaba. Claro todo magnificado por el silencio y la tensión de la espera.

   No se cuanto tiempo estuve así, esperando... pero nada. Reiteré el golpecito, nada, dos más y nada. Y entre cada cosa: timbre, golpecito, golpazo y nadas, esperas, esperas interminables, las que me fueron convenciendo, muy a mi pesar, que ahí   había nadie.

   La ansiedad me traicionaba. Me sabía a pocos metros de la silla, de mi silla, la amada silla. La distancia no era mayor a los seis metros, ya que eran departamentos muy chicos, pero la maldita puerta y la ausencia de gente me impedía llegar hasta ella. Mi corazón ya se sentía nuevamente conectado con la silla y con ella, no sé por qué y al parecer la silla también conmigo, ella no. Las cosas físicas impedían inevitablemente el reencuentro. Del otro lado, en el balcón, parecía que la silla había vuelto a brillar como antaño... quien sabe no?

   Los sonidos fueron disminuyendo, digo los del corazón, y el silencio volvió a ser casi absoluto.

   No hice nada de ruido de regreso al departamento. Volví con todo el sigilo que podía tener, no quería que nadie se diera cuenta de mi derrota: una puerta y una ausencia me habían vencido.

   Ni cerré la puerta del departamento, me tiré en la cama, tapé la cabeza con la almohada y grité desaforadamente; al pedo, pero me desahogue.

                                                                           (X)

   La noche se me hizo larga, pero no al vicio, pude desarrollar una estrategia para recuperar la silla. Había indagado a través del portero que el departamento del segundo, en el que en su balcón se encontraba la silla, mi silla, estaba vacío. Le ofrecí hasta algún dinero, al encargado del edificio, para que me lo abriera, pero en vano, ya que no tenía la llave o no me la quiso dar. Tampoco pude obtener la dirección del dueño, dijo algo de que era poco ético difundir tales pormenores. Lo que sea me llevó a urdir un plan estratégico.

   No hace falta ser un genio para desarrollar un plan para obtener una silla, sencilla mente, deslizarme desde arriba, bajando balcón por balcón hasta llegar al mismo y luego seguir, y ya en la vereda volver por la escalera o el ascensor. Lo que sí, debo pedirle a la señora de en frente, la del departamento "A", que me permita bajar por su balcón. Con alguna excusa no creo que me lo niegue, pensé. Así lo hice, puse una ridícula y accedí a su balcón.

   Eran pocos pisos, pero me parecían una enormidad o no se, nunca me había asomado a un balcón; creo que eso me dio algo de impresión, digo el ver desde ahí arriba. Los que pasaban se veían chiquititos. A pesar de ello, y a sabiendas que más abajo estaba la silla sola y abandonada y que seguramente me estaba esperando, me largué a las peripecias de descenso. No miraba para ningún lado, sólo la pared que de tanto en tanto me raspaba la nariz. A tientas movía un pie, luego otro, una mano, la otra, estirándome, haciéndome casi el "hombre elástico", más aún el "hombre araña", pero sin telaraña... así no más, desnudito; en mi mente se repetía la frase: cuando apoyas tres puntos liberas recién el cuarto, cosa que sin dudar obedecía. Me había atado una soga de la ropa por precaución, pero cuando llegué al primer balcón debajo mío, casi no puedo apoyarme dentro de él por estar colgado de la misma soga, cosa de la cual me desaté. Así continué mi descenso, tomándome alternadamente de algunos caños salientes que también conformaban las estructuras de los balcones, apoyándome en molduras, pisando sin querer varias macetas, etc...

   Lo que parecía una pequeña distancia, en el tiempo de bajada me pareció eterna. Por fin llegué al balcón del segundo piso, me sangraba un poco la cara y las manos, por los roces frecuentes y la aspereza de la pared. Ahí estaba, ¡brillando como nunca!. Me quedé parado un tiempo, no sé cuanto, admirándola, disfrutándola, imaginando todo el regreso, la fiesta, el reencuentro, ya que también sería un reencuentro con ella, digo con Carla.

                                                                         (XI)

   Cuando la agarré me temblaron las piernas por la emoción, pero me contuve, aún quedaban dos pisos por bajar; en realidad sabía que la historia prácticamente había terminado, digo, el rescate de la silla, de todas formas no tenía que subestimar lo que me faltaba por hacer. Que todo me haya salido bien hasta ahora, nada quiere decir, seguro que debo poner más atención... no sea cosa que el diablo meta la cola justo al final, pensaba.

  Con la silla entre los brazos me arrime al borde del balcón, miré para abajo y la distancia no engañaba, era más de lo que uno imagina. Claro, bajar hasta acá había sido bastante fácil, pero el resto debía hacerlo con la silla a cuestas, ya que no la podía tirar o bajarla con una soga porque no la tenía, ahí tomé conciencia que lo que me restaba era en realidad lo peor, y un nudo atravesó mi garganta. Tuve miedo, no sé por qué; pero del grande, del que te hace transpirar en frío, del que sale sabor amargo de las glándulas de la boca, del que paraliza. Tampoco sé por qué tuve la idea de la premonición, como un flash, algo que en milésimas de segundo pasó por mi vista, una tragedia.

   -El miedo da pa todo- me dije y salí de la idiotización, de la perplejidad, de la inmovilidad.

   Si bien la silla no era extremadamente pesada, pesaba bastante, por lo que no podría sostenerla por mucho tiempo con una sola mano, resolví atármela a la espalda. Como te dije antes, soga no tenía, y para peores estaba con una remera manga corta que con ella intenté atarla pero no lo logré, era muy escueta, ¡estas ropas modernas!. Tuve que hacerlo con el jogguin, si bien era bastante nuevo, apenas un año tenía, me dio no se qué poderlo arruinar. En realidad no entiendo por qué pensé eso, no tenía por qué arruinarse, era apenas unos minutos, ya que ni bien estuviese en el piso la desataba y me lo volvía a poner... ¿acaso pensás que entraría al edificio medio en pelotas?

   Y así fue, comencé el descenso medio desnudo, pero hete aquí, cuando estaba colgado balanceándome, ya que había medio perdido los puntos de apoyo, me percaté de que el balcón inferior estaba más adentro y la separación entre uno y otro era mucho mayor, por lo que mis movimientos estirados no alcanzaban donde apoyarse y sostenerse, por lo cual quedé colgado como te dije.

                                                                          (XII)

   Por tanta emoción, la de estar frente a la silla y todo lo que eso me significaba, no me había percatado de los autos estacionados frente a la puerta del edificio. Más aún, antes   me había fijado para abajo, fue cuando medí aproximadamente las distancias, el trayecto que me faltaba hacer. Pero nada había visto o porque no estaban o porque no le preste atención, ni mucha ni poca, nada.

   -¿De qué estoy hablando, dirás... no?- Hablo de la gente que estaba abajo, del gentío digo, y de los autos negros con las coronas de flores que me parecían ver de esa posición de mierda en que estaba ahí colgando. Porque en el intento de pisar en algún lugar, me fijé y vi más allá, es decir lo que sucedía abajo, y era lo que te estoy diciendo ¡pelotudo! ¡Era un funeral!

                                                                           (XIII)

   Cuando se me soltaron los dedos alcancé a ver que justo aparecían varias personas portando el ataúd, y ya en la caída fui viendo las dos hileras de gente que se abrían dando paso al mismo, no se porque lo pensé y me dije: -¿no será Carla...?-. No quise gritar para no distraerlos ni molestarlos ni molestarla, claro, si iba ahí digo. Ya que se los veía tan atentos, tan serios, tan correctos, hasta se escuchaban algunos llantitos y sollozos; además no quería que me vieran ni me viera tan indiscreto allá arriba, cayendo, casi desnudo, las chuecas al aire, flacas y peludas, en slip, con las medias rotas, con los zapatos de salir (los únicos que me quedaban) y con una silla en la espalda como si fueran las alas de un ángel de madera.

   Quise como planear, tratar de esquivar, hasta había abierto los brazos y las piernas, ya parecía un paracaidista en caída libre. Y libre caía, nada me lo impedía y así fui viendo llegar el cajón, porque parecía que él se me venía encima, que subía rapidísimo. ¡Pero no!, hice nomás impacto como caía. Los seis que lo llevaban funcionaron de amortiguadores, soportaron el impacto, pero no la inercia. Estallé la tapa con el pecho, menos mal que el de chapa no lo tenía, porque lo iban a cremar. No pude cerrar las piernas ni los brazos y quedé abrazándome al muerto, en el mismo momento que los tres del lado derecho que lo portaban cedían al la fuerza de la inercia, como te había dicho antes. No sé cómo, ya que tiempo y espacio habían dejado de existir; estaba rodando tipo sánguche: muerto, yo y silla. Éramos un manojo, o amasijo o un agolpamiento o un montón de cosas enredadas que rodaban.

   El griterío me fue sacando de la confusión, trayéndome a la conciencia de dónde estaba y qué pasaba. El olor nauseabundo me lo reafirmó, estaba rodando abrazado a un muerto o muerta. Nos detuvo unos veinte metros más abajo el caño de un parquímetro, quedamos: silla, otra vez yo y el cadáver, que ahora me abrazaba a mí. Curioso, no era muy pesado, pero su olor ya me daba tremendas arcadas.

   Me pareció eterno el tiempo que demoraron en quitármelo de encima, cosa que les costó bastante, ya que la rigidez había dejado los brazos como ganchos duros que me rodeaban, pero lo lograron. Fue ahí que le vi el rostro, entre ese olor nauseabundo y la luz que encandilaba. Para peor, al retirarlo parte de sus líquidos olorientos que le salían por la nariz y la boca, habían caído sobre mi cara y cuello. A pesar del esfuerzo que hice por no vomitar y que al rostro lo había reconocido inmediatamente, por eso intentaba no hacerlo, vomité.

    ¡La vomite...! a Carla, digo.

   La vomité Carla que estaba ahí, a mi lado tratando de ayudarme a levantar, la dejé a la miseria, enchastrada de la cabeza a los pies. Llegué a ver en sus ojos claramente el odio y no brillaban para nada

                                                                          (XIV)

   -Ahora que te lo he contado sentí el mismo olor, el asco, su mirada y la terrible vergüenza que había vivido. He vuelto a revivir el por qué me mude de país-. -¿Entendés, también, el que no haya sillas en casa?-

    -¿Me estas cargando?... ¡a la silla la revoleé a la mierda!-

____________________________________________________________________francisco

T733 NATURALEZA HUMANA

T733 NATURALEZA HUMANA esta catedral de ignominiascalle de sombrasla de adoquines y olvidosla de charcos y ratas y viejas historias la de cafisos y malandrasdonde rústicos marineros hicieron agua sus más carnales deseosy los señoritos se jactaron con ínfulas de malevos esta catedral de la miseriala calle de los burdelesdonde en algún umbral esperaban Ivón Jacqueline o la alemanadonde una moneda escaleras arriba te hacía rey por unos instantescapitán en mares de sábanas raídas exóticos aventureros de los montes de venusdonde se escucharon las historias más fantásticasdonde se lloraron los dolores más profundosdonde se enterraron los amores más amadosdonde cada Ulises encontraba su Penélope (parada en el umbral con las polleras cortas el cigarro encendido oliendo a roon revoleando la cartera con la piernas temblando de frío) esperándolo esa catedral sub-humana de recónditos tuguriossolitarias esquinasde farolas y adoquinesdonde la humanidad nace desde el fondo en cunas de arpillera y mierdadonde se sucede una noche continua ahogada en humos y alcoholdonde los fantasmas se aburren y la muerte sabe esperardonde las putas y las lágrimas son una misma historiadonde el tiempo de ese oficio (el de ser puta) quedó detenido para nunca más cambiar esa catedral te decíasigue inmersa en el hombreen el alma del hombre que sobre esta tierra habitaes quizás el cenit de su naturaleza